lunes, 30 de noviembre de 2009

el ferrocarril, constructor de una historia olvidada

Nadie vive en un frasco para no conocer los problemas que conviven con nosotros, en este país bendito que es la Argentina. Y justamente uno de ellos, será de interés en este ensayo. La situación deteriorada del ferrocarril a lo largo del tiempo y el abandono de políticas sociales que la solucionaría.
¿Por qué siendo el transporte público más rápido, más económico, más seguro y que además no produce contaminación viene siendo atacado ferozmente por manos inescrupulosas y nadie hace nada? Si yo ocupase un cargo político me produciría mucha vergüenza ¿A dónde escondería mi cara? Sabiendo que un tren hoy tiene apenas 7000 kilómetros de vías, casi cuarenta mil le amputaron, sabiendo que en los lugares más recónditos el trajinar sobre sus rieles se ha apagado. Se silenciaron más de 800 pueblos por el abandono de sus habitantes, las campanas de las estaciones lucen ahogadas o no se encuentran más. Muchos rieles se cerraron, las vías se inundaron de yuyos, los grandes talleres quedaron truncados y esqueletos oxidados de lo que alguna vez fueron trenes. ¡Que bárbaro! Para que seguir enumerando como una idiota si nuestros gentiles políticos no viajan en transporte de pobres ¡no señor! a la calle no salen si sus autos no están blindados y rodeados de seguridad. Siento impotencia con solo pensar que detrás de una ceguera, que no quieren ver, exista una rica historia cultural que constituyó el tren para el progreso económico y social del país. Una historia que merece ser contada y que tiene su propia identidad que es la ferroviaria. Para el que no la conoce es un buen momento de acceder a ella y para los que simulan no conocerla es un buen momento para que refresquen sus memorias y asuman un compromiso social.
El ferrocarril no solo fue un medio de transporte de pasajeros y de carga fue también el encargado de unir pueblos, culturas y tradiciones. Llevó el agua, las comunicaciones, el correo y los teléfonos. Transportó toneladas de materiales de construcción dando vida a cientos y cientos de ciudades, aldeas y comunidades. En suma dio a amplias zonas de nuestra extensa república, una razón de ser, de reproducir y de vivir. Sus redes de acero lograron el gran desenvolvimiento comercial de Buenos Aires y además se convirtió en una importante fuente de trabajo, ya que seis de cada veinte trabajadores eran ferroviarios. Sin duda, una fuente de trabajo, un lugar de gran adelanto técnico y con grandes talleres a lo largo y ancho del país.
Un gran monumento de hierro, vértice en el progreso de Capital Federal, de su conexión con todas y cada una de las provincias argentinas. La ciudad quedaría inundada e invadida por hierros, campanas, el trajinar y el rechinar de sus rieles, banderas de señales, pasamanos y paso niveles. Y arriba de los trenes, en los vagones la vorágine de miles de hombres y mujeres bajando y subiendo a, y de, sus andenes para ir a trabajar y volver cuando la tarde comenzaba a caer. Fue el máximo exponente e interlocutor que albergó sueños y esperanzas de miles de inmigrantes que llegaron al país, con ansias de trabajo, de merecer una vida mejor, del sueño de un lugar bajo otros soles, de constituir sus familias, todo lo alojó el tren. Testigo mudo de esas personas que subieron y bajaron de sus vagones repletos de cansancios al regresar y llenos de olores matinales en el comienzo del día. Favoreció también a las corrientes migratorias internas, que dejando sus espacios rurales, colmaron la era industrial de una nueva mano de obra en las principales ciudades argentinas. El tren fue el correo y el comunicador de sentimientos que se hicieron cartas y encomiendas repletas de afectos y cariño que trasladó. Aquel aportó todo, lo posible y lo imposible. Todo eso fue el tren.
Contar esta reseña histórica, me produce un orgullo incontrolable en el pecho, la argentinidad reflorece en mí y mis ojos se humedecen cada vez que veo, siento y escucho los acontecimientos que forjaron al país. Pero hoy lamentablemente el paso del tiempo es enemigo de los recuerdos, el olvido es su mejor aliado. Y todos de alguna manera somos conducidos a caer en la tentación. Como menciono en la primera parte de este ensayo, el ferrocarril es dueño de una identidad sin embargo es dueño de una historia casi olvidada. Olvidada por ella, por él, por ellos, por TODOS. Es hora de asumir que nosotros también somos responsables participes de la situación deteriorada de nuestros trenes. Nadie hace nada, por un lado los trabajadores que día tras día toman el tren que con sus fatigas y molestias en lo último que se pondrían a pensar es cuan valioso fue el ferrocarril para el proceso de Argentina, es entendible no se recrimina y por el otro los que si tienen en sus manos recursos provechosos y podrían aplicarlos en la práctica pero nada de eso ocurre. Hay un vaciamiento de compromiso y voluntad por parte de los políticos. No se escucha por ningún lado la creación de un proyecto que saque del infierno al tren fundido por el paso de los años, ¡ah! Pero si hay tiempo y dedicación para debatir los proyectos de ley de medios y la reforma política, si hay tiempo para invertir casi veinte millones de pesos en la elaboración de un nuevo documento nacional de identidad, si hay tiempo para calentar las butacas del Senado de la Nación discutiendo el patrimonio K, los conflictos entre los bloques opositores, las internas dentro de los partidos, el protagonismo de algunos, la ira de otros para todo eso hay y sobra el tiempo pareciera, pero cuando se pide solucionar algún malestar que aqueja a la sociedad, los oídos se llenan de cera repentinamente. No se oyen voces, todo es silencio a la hora de “hacer”. Menos palabras y más acción es lo que requiere la realidad que no puede esperar, una realidad que aunque cuente con menos vías, con menos locomotoras y menos horarios, no debe ni puede desaparecer.

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